Millones de toneladas de cenizas volcánicas y 55 millones de toneladas
de dióxido de azufre se elevaron a más de 32 kilómetros en la atmósfera.
Las fuertes corrientes de viento arrastraron hacia el oeste las nubes
de gotas en dispersión, de forma que dieron la vuelta a la tierra en dos
semanas. Dos meses más tarde estaban en el Polo Norte
y el Polo Sur. Las finísimas partículas de azufre permanecieron
suspendidas en el aire durante años. En el verano de 1815-1816, un velo
casi invisible de cenizas cubría el planeta. El manto traslúcido reflejó
la luz del sol, enfrió las temperaturas y causó estragos climáticos en
todo el mundo. Así nació el tristemente famoso "año sin verano": 1816.
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